¿Y QUÉ ESTÁ EN JUEGO EN COLOMBIA? UNA MIRADA A LA DEMOCRACIA

Al pensar en algo que logre describir la compleja realidad que por tanto tiempo ha caracterizado nuestra sociedad y el orden social que la componen, nada más pertinente que las sabias palabras alguna vez dichas por Gabriel García Márquez: “Somos dos países a la vez, uno en el papel y otro en la realidad, seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la colonia […] hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo”.

Si bien, la Constitución proclama claramente a Colombia como una república democrática, en esa medida pluralista, participativa, con un régimen incluyente, justo y coherente, es necesario analizar hasta que punto, el escenario colombiano  propicia la realización de todas esas acciones, que en la realidad parece que se convirtieran en simples ideales. Reconocer en que medida los ciudadanos, vistos como actores sociales, son tratados como verdaderos fines, de los cuales debe partir y a los cuales debe beneficiar, todo tipo de decisión que surja con carácter social y democrático.

Paradójicamente en Colombia siempre se ha gobernado ya sea por acción o por omisión en contra de la ciudadanía, y esto se refleja justamente en una aguda crisis de gobernabilidad y un profundo colapso de la democracia, que hace tantos años se estableció en el papel, pero que en nuestra realidad no se ha logrado materializar; y se da  justamente, por la instrumentalización que se ha dado no sólo al orden social y al régimen que lo regula, si no al “pueblo”, a la hora que sus intereses se ven sacrificados para el beneficio de unos cuantos que poco les interesa el respeto al pluralismo, la legalidad y los derechos humanos, materias primas que son fundamentales para el funcionamiento de lo que claramente se plasma en el papel.

Entonces, ¿Qué es lo que realmente entra en el juego de la dinámica social y política de la cual somos parte?, por todos lados se encargan de dejarnos claro que hacemos parte de una democracia, pero, ¿realmente las decisiones de tipo político y social que toman nuestros gobernantes, están respondiendo eficazmente a todo lo que implica un orden democrático justo y flexible?

En primera instancia, para que se materialice dicho orden, es fundamental un cambio de mentalidad, que intente revolucionar el inconsciente colectivo el cual esta fundado en el temor a exigir lo que por derecho nos corresponde y en la apatía hacia lo político, generada por un profundo desencanto que tiene el colombiano hacia el sistema que poco le ha dado resultados, y que en lugar de eso se ha encargado de excluirlo y marginarlo. Esto debe ser superado para acabar con la débil corresponsabilidad que tienen los ciudadanos con respecto a los asuntos públicos.

En esa medida, para que el “pueblo” sea la prioridad del gobierno que lo dirige, es necesario que no imperen “castas” privilegiadas y excluyentes que utilizan la demagogia para impedirles a los colombianos ser parte de la nación, y así no convertirse en víctimas de la ideología perversa de la marginalidad y pasividad, que por décadas ha caracterizado a su inconsciente.

Ese inconsciente que cree que por el hecho de que los gobernantes, suben al poder gracias a una “inmensa mayoría”, en Colombia se alimenta a una democracia, y lo único que se logra es tener una mirada reduccionista de la realidad. Una realidad donde la corrupción y el clientelismo pugnan por el beneficio particular de cada actor político, en detrimento del beneficio colectivo, que debe traer un régimen realmente democrático.

Justamente es esa mentalidad la que debemos abolir, un pensamiento basado en el individualismo, conformismo y en la apatía; y sustituirlo por un espacio donde las reformas políticas llevadas a cabo sean de verdad desde y en pro del pueblo, no desde y para el régimen.

En Colombia sucede algo particular, y es que existe una subordinación de los fines a los medios que tienen como misión garantizar bienestar, es decir, hay una supremacía del orden social frente a los ciudadanos que como actores se han propuesto a crear dicho orden y ya no es el régimen en función del pueblo, sino el pueblo en función del régimen, configurado como el principal instrumento para alcanzar beneficio, sólo que de unos pocos.

Es necesario cambiar también ese carácter que tantos problemas le ha traído a nuestra sociedad. Se debe tener en cuenta que no basta sólo el crear un recogimiento de leyes, deberes, derechos y mecanismos de participación, pues esta norma escrita, es conocida, manejada y entendida por un número reducido de personas; ya que al existir una gran cantidad de elementos que no poseen la mayoría de colombianos, se desconoce la verdadera función del sistema que los rige, ocasionando que sus voluntades y necesidades sean apartadas y no tenidas en cuenta por parte del Estado.

Para concluir, lo que está en juego en nuestro país, es construir un orden democrático secular, ético y público que auto funde un nuevo orden social, donde la paz, no sea la simple ausencia de guerra, sino que se constituya como un escenario donde se propicie el respeto a los derechos humanos como principio ordenador de las relaciones sociales, especialmente la de gobernante y gobernado; y en sí de la vida social en general, teniendo en cuenta que sólo es posible construir la “democracia” en una sociedad que se configure a sí misma sobre la lógica del respeto a la individualidad y a los derechos humanos.

Fuente imagen: http://www.iurd.com.ve/blog/2013/10/11/los-pasos-de-la-multitud/

* Las opiniones expresadas en este espacio de deliberación, pertenecen a los columnistas y no reflejan la opinión ni el pensamiento de la organización Consorcio Ciudadano.

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