Sin duda, cuando se incendia la única casa en la cual se desarrolla el maravilloso entramado de funciones que hace posible la existencia de la tierra, muchas cosas se habrán hecho mal. Cierto que se previeron las consecuencias del calentamiento global y se consideraron las causas – deforestación, emisiones de CO2, superpoblación, explotación de recursos naturales, etc. – pero ahí sigue imparable la locomotora de un mal entendido desarrollo.
El incremento e intensidad de los incendios forestales como los ocurridos en gran parte de Europa, en el oeste de EE.UU, algunas regiones de Canadá y Suramérica, así como las continuas migraciones en diversos continentes, son dos de los escenarios apocalípticos originados en la modificación de las condiciones para la subsistencia de la vida, debido al cambio climático y a la pobreza. A tal grado ha impactado la actividad humana en los ecosistemas que hay daños irreversibles en todos los lugares del planeta. Por primera vez, no son las fuerzas de la naturaleza o de los astros las que han modificado la biodiversidad y el clima, sino la acción directa del hombre convencido como está de contar con licencia para destruir su hábitat.
Por su parte, la pobreza ha despojado a poblaciones enteras de un lugar para vivir, incluso en el país del llamado sueño americano. La novela Las Uvas de la Ira de John Steinbeck, ganadora del premio Pulitzer en 1940, es una crítica social al reflejar el drama de los granjeros que no pudieron pagar el arrendamiento de la tierra en tiempos de la depresión americana de los años 30, debiendo emigrar para encontrarse con la inhumanidad de los dueños de las grandes plantaciones. En la actualidad, el filme norteamericano Nomadland, ganador de tres premios Oscar 2020 de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, basado en la obra del mismo nombre de la escritora Jessica Bruder, narra la historia de una mujer que al perder su empleo, vende sus pertenecías para vivir en un reparado todo terreno que arrastra su vivienda: un pequeñísimo remolque de color amarillo. En él viajará en busca de trabajo. Hay algo épico en las vidas de los nuevos nómadas de los Estados Unidos. Viven en casas rodantes, mas no son gitanos, ni inmigrantes, ni mendigos, ni tribus, son personas del común que en los vaivenes de la economía no tuvieron otra opción. Sus exiguos ingresos no les permite cubrir los costos de un hogar fijo, por lo que se ven obligados a dejarlo para viajar con su improvisado camarote en busca de algún oficio temporal y sin un lugar a dónde regresar.
En otros países miles de personas del campo o de las ciudades pierden diariamente sus hogares, o nunca los han tenido. Para la clase media que alguna vez alcanzó un relativo bienestar económico, perder su casa o sus ingresos supone una tragedia pues les restan pocas fuerzas y tiempo para volver a comenzar. Ni que decir de las poblaciones de migrantes en el mundo por causas que erosionaron las bases de una vida digna, tal como políticas sociales o económicas desacertadas, la violencia, sistemas globales de especulación o destrucción de su medio ambiente.
Ante la afectación de la biósfera por la contaminación y la amenaza de poderosas organizaciones que se apropian o explotan recursos con fines de acumulación de riqueza, sin consideración a la ecología y al bien común, no hay otro asunto que merezca hoy por hoy más atención y acciones urgentes por parte de los habitantes del planeta. Más allá de las políticas corrientes en procura de aliviar la pobreza y el calentamiento global, es imperativo revisar conceptos tradicionales e imperantes acerca de la naturaleza, del actuar del hombre y de la sociedad, a fin de seguir caminos adecuados frente a los actuales retos. Por fortuna hay quienes evalúan y plantean otras miradas, al reconocer que la diversidad de los seres, plantas y ecosistemas relacionados entre sí forman un todo, y que las políticas sociales y económicas no pueden ser ajenas a ello. Sin embargo, por ideas arraigadas o la coyuntura de los países se tiende al rechazo de criterios contrarios o novedosos, para afianzar los propios sin considerar otras alternativas.
Adicionalmente, en temas de biodiversidad y conservación ambiental, son indispensables y suman las acciones individuales y colectivas dentro de su entorno. Tanto como las entidades ambientales del orden nacional o departamental, son valiosas las acciones de las comunidades y organizaciones no gubernamentales en sus territorios, tal como las de la Alianza por los ríos de Cali para la defensa del Agua que en su “Llamado desde Cali, Territorio de las Aguas”, invita “a todos los sectores a hacer de la conservación ambiental una herramienta para la reconciliación y del cuidado de nuestra inmensa biodiversidad una fuente de oportunidades para la inclusión (..) SOMOS RÍOS, HUMEDALES, FARALLONES, BOSQUES, AVES, TIERRA, AIRE, ALIMENTOS, CULTURA, PAZ, VIDA, SOMOS BIODIVERSIDAD” (Tomado de página Facebook de Fernando Patiño de la Alianza). Con acuerdos multisectoriales y la definición de temáticas y territorios procuran el fortalecimiento de la cultura ambiental teniendo como centro la Defensa del Agua y los Ríos como bienes comunes, y de la Vida en todas sus expresiones. Hay en ello un ejemplo a seguir en las diversas regiones y comunidades.
Foto de ArtHouse Studio
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