Islam y occidente

Hoy se preocupa Occidente por la presencia de inmigrantes y visitantes que aprovechan la hospitalidad para pretender imponer prácticas originarias de los países árabes, como el uso de velo para cubrir el rostro, y en algunos casos para ejecutar conductas violentas en nombre de la Guerra Santa. Muchas personas opinan que es preciso discriminar a quienes tienen raíces árabes y creencias musulmanas, así esa discriminación contradiga la política de tolerancia que rige en Europa Occidental desde los acuerdos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial. Como es natural, las pugnas, así como las preocupaciones que hoy afloran, tienen raíces históricas y religiosas, pero también sociales y económicas. Cabe un repaso somero de elementos pertinentes para entender la situación y las tareas que enfrenta la especie entera para atender la polarización creciente y mitigar riesgos de catástrofes.

Islam surgió en forma avasalladora en el Oriente Medio en el siglo séptimo. En poco tiempo los sucesores de Mahoma conquistaron no solo la península, habitada por tribus nómadas politeístas, sino Siria, entonces cristiana, y Egipto. Impusieron su religión en las tierras que ocuparon pero, tras la muerte violenta de Alí, hijo de Fátima y nieto del Profeta, se dividieron: los Oméyidas, descendientes de Omar, el tercer Califa, siguieron las prácticas Sunitas y gobernaron en el grueso del territorio, en tanto que las prácticas Shiitas, fundadas en el privilegio a los descendientes de Mahoma, se impusieron en Persia, donde hoy prevalecen en proporción abrumadora, y son mayoría en Iraq. El fanatismo religioso, propio de épocas de escasa educación de la mayoría de la población en toda la cuenca mediterránea, confrontó a cristianos y musulmanes hasta desembocar, a finales del siglo once, en la invasión de Palestina por guerreros europeos. Hubo múltiples cruzadas, con episodios de extrema crueldad, como la muerte de miles de árabes en Acre en 1191 por orden de Ricardo Corazón de León. Ambas religiones ofrecían a sus vinculados expectativas privilegiadas para vidas más allá de la terrena, y contravenían las pautas de tolerancia a la imperfección ajena propias de toda expresión imperfecta del ser.

Occidente conquistó el mundo desde el siglo dieciséis, y construyó un esquema imperial en el siglo diecinueve que duró hasta los años sesenta. El propósito mezquino de la ideología mercantilista prevalente en lo público impidió el aprovechamiento pleno del potencial de los habitantes de los territorios sojuzgados. Sin embargo, la sujeción de los países árabes al Imperio Otomano, comprometido con Islam pero también cimentado en la capacidad para ajustarse a lo específico de cada sitio, permitió un desenvolvimiento diferente, más respetuoso de la cultura raizal, hasta 1918. La infortunada participación de Estambul en el lado de los perdedores en la Guerra Europea y la valoración de depósitos de petróleo por Gran Bretaña y Francia indujo la partición en términos abusivos, en incumplimiento de la promesa de los agentes británicos a los líderes árabes durante la guerra. Bajo la dirección de los británicos se construyó Iraq con tres provincias del Imperio Otomano, y también se impusieron dinastías en Jordania y Arabia; bajo la dirección de los franceses se estructuró Líbano para acomodar a su población Cristiana Maronita y Siria se organizó como protectorado hasta 1945, cuando se estableció como república parlamentaria, esquema que enfrentó golpes militares sucesivos e incluso una integración fallida con Egipto, hasta que los Baathistas impusieron orden bajo Hafez Assad, cuyo hijo hoy enfrenta, con la ayuda de Rusia, la guerra contra un conjunto diverso de rebeldes.

Los ingleses construyeron los cimientos del Estado de Israel en tierras habitadas por palestinos desde que los romanos, que habían ocupado el territorio un siglo antes, destruyeron Jerusalén y motivaron la emigración masiva en el año 70 de después de Cristo, y lo materializaron en 1948, con el consiguiente desplazamiento de la población palestina.  Desde entonces ha habido varias guerras entre árabes e israelíes, y ocupación judía de territorios cuya vocación al formarse Israel era para uso de la población palestina.
En Irán, la dinastía Pahlavi, establecida desde 1921 como consecuencia de un golpe de estado militar, con interferencia de los británicos desde la invasión aliada de 1941 y de los americanos desde 1953, cuando ambas potencias patrocinaron la supresión de un gobierno progresista a raíz de la nacionalización de los yacimientos de petróleo, fue derrocada en 1979 por un movimiento islamista, que rompió con Occidente en forma radical. De 1980 a 1988 hubo una guerra costosa entre Irán e Iraq, provocada por el presidente Sadam Hussein, con respaldo de Occidente, la Unión Soviética y los países árabes. Solo en los últimos años ha habido acercamientos tenues entre el régimen islamista y Occidente, motivado por el avance de Irán en el desarrollo de energía nuclear para diversos usos, incluido el bélico. Al final, la escasa confianza de Estados Unidos en Sadam Hussein, motivada por la celebración de contratos petroleros con empresas de Rusia y Francia, movió al vicepresidente de Estados Unidos, Richard Cheney, a inventar la imputación a Iraq de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 contra Nueva York, Washington y otras ciudades, lo cual desembocó en invasión y en una guerra que, en la práctica, aún no concluye.

Así las cosas, la intromisión de Occidente desde la caída del Imperio Otomano, irrespetuosa y codiciosa, ha sido contraproducente para el logro de relaciones armónicas. Además, la divergencia en desenvolvimiento económico entre Occidente y los países islámicos es abrumadora. Es apenas natural que haya flujo de árabes hacia países donde encuentran mejores posibilidades de vida, como es explicable la migración de mexicanos a Estados Unidos. La única forma de evitar la migración, con sus implicaciones culturales, y la polarización en la sociedad global en general, es mediante el impulso al crecimiento armónico, con respeto por lo propio de cada sitio. La mitigación del contraste solo se logra mediante la promoción de mejores perspectivas para todos. El planeta entero está habitado por la misma especie, homo sapiens sapiens, con las debilidades propias de los humanos pero también con el mismo potencial en el agregado para aprovechar el conocimiento en la tarea de construir mejores soluciones para la vida de los humanos. El proceso correspondiente se debe fundar en el respeto, y cuando la divergencia sea inconciliable, en el reconocimiento explícito de las diferencias. La propuesta liberal de Occidente pretende ser apropiada para el logro de vidas felices, pero  la tentación del lucro rápido suele conspirar contra la materialización de soluciones adecuadas, que permitan la apropiación de ciencia y tecnología en forma productiva, sin inducir fracturas sociales.

* Las opiniones expresadas en este espacio de deliberación, pertenecen a los columnistas y no reflejan la opinión ni el pensamiento de la organización Consorcio Ciudadano.

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