El día en el que la locura caminó por el Capitolio

Como si se tratase de una película de acción americana de bajo presupuesto, el día de ayer nos dejó una serie de imágenes tan absurdas que incluso hoy nos cuesta digerir, con la mesura de un espectador distante: una bandera confederada hondeándose con parsimonia por los pasillos del Capitolio; manifestantes tomándose fotos ocupando los despachos de legisladores mientras suben sus pies en los escritorios; un hombre toro semidesnudo cargando contra la policía; políticos arrodillados, protegidos por agentes del servicio secreto, con los ojos de terror de quien tiene la certeza de que ha llegado su fin.

“No abandonaremos nunca, no cederemos”, esas fueron las palabras que desataron toda la debacle del día de ayer. Fueron pronunciadas por el que todavía es Presidente de Estados Unidos después de haber convocado a sus seguidores en Washington D.C. el mismo día en el que el Capitolio debía validar la elección de Biden, como quien espera que ocurra lo que ocurrió, en lo que algunos argumentan es una despedida apropiada de un megalómano empecinado en grabar su lugar indeleble en la historia. ¡Y vaya que lo está logrando! No tengo dudas de que este capítulo aún nos depara un par de sorpresas. 13 días es una eternidad cuando hablamos de un sujeto delirante con su propio rebaño.

Sería apresurado catalogar lo del día de ayer como un intento coordinado de coup d’état, básicamente porque no tuvo nada de coordinado. Pero tampoco sería sensato desestimar lo que motiva a aquellos manifestantes a intentar apoderarse de un Capitolio en plena sesión de nombramiento presidencial. “Es una revolución”, proclamó una señora de Tennessee ante las cámaras de atónitos periodistas, completamente segura de su rol de ciudadana activa en este momento trascendental de la historia. “Es una revolución” porque en la mente de esta masa febril hay un fraude electoral coordinado e invisibilizado por los medios de comunicación, un discurso que ha sido alimentado por Donald Trump desde noviembre y que ha contado con varias fases, incluyendo la deslegitimación del aparato judicial estadounidense y el descrédito de toda la clase política, incluyendo sus antiguos aliados del Partido Republicano.

En este momento de la historia, sin saber lo que pueda ocurrir en los próximos días, intuyo que no habrá discurso posible que logre desarmar este incipiente espíritu revolucionario que se materializó el día de ayer, especialmente cuando empiecen a exigirse responsabilidades penales por las incitaciones discursivas previas a la toma del capitolio, que no olvidemos dejaron un saldo de cuatro muertos y varias decenas de heridos. No será fácil desarmarlo porque lleva varios meses gestándose, moldeándose a imagen y semejanza del amo del rebaño. Un amo que continúa radicalizándose a medida que pierde poder, pero también a medida que su rebaño lo permite. ¡Qué miedo ocasiona darse cuenta que los delirios se alimentan mutuamente y que siempre se puede llegar a nuevos niveles de locura!

Adenda: es asombrosa la similitud que guardan los discursos absolutistas de los líderes carismáticos alrededor del mundo. Casi que resulta imposible no hacer un paralelismo entre la masa febril americana y la radicalización del discurso político en América Latina. Podríamos hacer un rastreo juicioso de todos aquellos elementos, país por país, y encontraríamos fenómenos comunes en el deterioro de nuestras democracias: un sistema electoral cuestionado de fraude, una baja legitimidad de los medios de comunicación, consolidación de una mentalidad de rebaño, construcción de un enemigo común y una exaltación constante por las vías de hecho.

 

Foto de Karolina Grabowska

 

 

* Las opiniones expresadas en este espacio de deliberación, pertenecen a los columnistas y no reflejan la opinión ni el pensamiento de la organización Consorcio Ciudadano.

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