El temor en los tiempos del cólera

La llamada posverdad es uno de los fenómenos más interesantes -y peligrosos- de nuestros tiempos. La velocidad con que circula la información, casi sin filtros, la posibilidad de crear contenidos y de difundirlos a un bajísimo costo, sin duda, explican el surgimiento de esta nueva realidad donde la verdad se mezcla con facilidad con la mentira y donde las emociones de las masas se vuelven el objetivo. La marcha del 1 de abril en Colombia, por ejemplo, si bien fue una expresión democrática -ninguno de sus organizadores fue detenido-, estuvo sustentada en elementos claves de lo que hoy conocemos como posverdad y demostró cómo la penetración de las redes y los medios alternativos han logrado mover las emociones de las masas. Y las emociones, está demostrado, no son buenas aliadas para discernir entre lo que es cierto y lo que responde a la invención.

Durante la marcha del pasado sábado, por ejemplo, muchos salieron a marchar en contra del comunismo y del proyecto político que, dicen, impulsa Juan Manuel Santos para implantar el marxismo en Colombia. El lector, sin necesidad de tener profundo dominio de teoría política y económica, podrá entender lo insólito que resulta este motivo de muchos para salir a protestar. En épocas en que Colombia ha firmado varios tratados de libre comercio, ha profundizado la integración económica -Alianza del Pacífico- y recibe más inversión extranjera -el Valle del Cauca la duplicó entre 2010 y 2016, por ejemplo-, es no menos que curioso ver a miles marchando en contra de algo que responde a la fantasía. Sin embargo, los prodigiosos comunicadores de la derecha más radical han sabido contagiar del miedo que produce la socialización de la propiedad y de los factores productivos y han convencido a grandes masas que el gran enemigo viene con una hoz y un martillo a pasos adelantados hacia la Casa de Nariño. A eso se suma la aterradora torpeza del Gobierno para comunicar sus logros.

Resulta común ahora escuchar a cualquier comunicador de derecha -pastores de iglesias evangélicas, por ejemplo-, hablando de comunismo como la gran amenaza contra la familia y los valores tradicionales de la sociedad. Sin profundizar en qué es el comunismo y el socialismo -y por qué no son iguales-, han logrado convencer a muchos que son malos por definición y que todo aquello que no tenga un pensamiento profundamente conservador canta La internacional y comulga con todas las formas de lucha. Un debate de altura entre los liberales y los marxistas, por ejemplo, se volvió en una lucha sin sentido donde llamar comunista devino un insulto. La filosofía política, el rico debate intelectual y la lucha de la palabra, se degradó entre el odio enfermizo de muchos. Uno de los grandes efectos negativos de la posverdad es que se perdió el sentido de la crítica, se agotó el debate de las ideas y se impuso la doctrina del enemigo, al cual hay que enseñar a temer para luego erigir a un gran prohombre capaz de defender como un padre a sus hijos en peligro. La propaganda política triunfó sobre las propuestas, sobre la posibilidad de construir en el disenso.

En 1933, el ascenso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán se explicó por la asombrosa capacidad de repartir propaganda efectiva entre los alemanes heridos en el orgullo por las severas consecuencias del Tratado de Versalles. El enemigo dibujado en el horizonte fue el bolchevismo, rápidamente asociado al judaísmo y que desencadenó la llegada meteórica al poder del partido de ultra derecha. Hitler fue capaz de construir una máquina de propaganda que convencía a los ciudadanos que existía un complot internacional que habría que detener y que se requería de un líder como él para proteger a Alemania. Sin mayor reflexión, los alemanes compraron ese discurso y dieron un paso hacia la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. El miedo fue erigido como el incentivo para movilizar a las masas. Y la rabia el vehículo para ascender en el control del Estado. Muy pronto los alemanes fueron presas del fanatismo, convirtieron sus fantasías en verdades y actuaron implacablemente en contra de amenazas inexistentes. Las grandes tragedias causadas por los humanos a menudo se explican por el temor en los tiempos del cólera. Y en pleno siglo XXI muchos países, entre ellos Colombia, parecen recordar los aciagos años de la Alemania Nazi, triste capítulo del siglo pasado.

 

  * Las opiniones expresadas en este espacio de deliberación, pertenecen a los columnistas y no reflejan la opinión ni el pensamiento de la organización Consorcio Ciudadano.

* Las opiniones expresadas en este espacio de deliberación, pertenecen a los columnistas y no reflejan la opinión ni el pensamiento de la organización Consorcio Ciudadano.

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